Los campos de San José,  están salpicados de ranchos y pequeñas poblaciones, pintadas de blanco. Después de mucho transitarlos empecé a darme cuenta de que algunos no sólo eran casas de familias, sino también boliches de campaña, allí fue que comencé lentamente a interesarme y sumergirme en esos lugares, que ocultan, protegen,  abrigan y son testigos de una forma de relacionamiento humano en extinción.

           Al costado del camino sin luminarias, ni carteles, los boliches de campaña abren sus puertas a los paisanos del pago y a los visitantes de paso.

            La atmósfera de luces tenues y suaves que se despierta al atravesar las puertas de estos ranchos, solitarios, clavados en medio del campo, crean un ámbito propicio para que despierte el mundo que vive en ellos. Allí los personajes son otros, donde el rey es el peón más pícaro, o el mejor jugador de billar, afuera quedan como si no existieran los rangos sociales, y las diferencias económicas. La suave caricia del vino, fermenta las carcajadas de los parroquianos que las gruesas paredes de barro amortiguan.

         Ese mundo tan real y vivo, muere ni bien sale al exterior. 

         En las tardecitas, después de terminar la jornada de trabajo, los vecinos van a tomar un vino por $10 o un espinillar y a comprar alguna mercadería que le falte para su casa.

        Las  “bolicheras” con amplias sonrisas  hacen su tarea con naturalidad y disfrutando del las historias de  los “parroquianos”,  vecinos del pago, de los que todos saben vida y obra, la que comparten en las tardecitas del invierno al calor del fuego y el  vino.-   

       Estas  fotos fueron tomadas durante los meses de invierno en la zona rural de San José Uruguay,  muchos de estos boliches están instalados en  ranchos de barro,   con mas de 100 años de construidos,  van siendo transmitidos de familia en familia con el mismo mobiliario y con un mantenimiento muy básico.-

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